Un señor delgado como de 65 años nos abrió la puerta, tenía el semblante demacrado, un mostacho de Don Ramón y unas ojeras de enterrador, era todo un cliché, todo menos la torta de frijoles que se comía mientras esperaba que alguien hablase -Buenas noches don, venimos a ver si trajeron a un amigo nuestro, vera es que se nos perdió y andamos buscándolo en todas partes, ya fuimos a la Cruz Roja, Barandilla y pues ahora venimos a buscarlo aquí-. Tenía unos ojos de “y a mi que me importa”, le dio un trago al refresco, se limpio el bigote y aún con frijoles entre los bigotes nos dijo: ¿Señas particulares del difunto?; no pues normal, un metro setenta, complexión regular, cabello negro corto, bigote y es de nuestra edad. El encargado no dejaba la torta y con la comida en la boca me pregunta – ¿Va usted a identificarlo güerito? –, no tenia ganas de ir solo, así que Arturo me acompaño hasta la entrada del cuarto donde había algunos tendidos, el zumbido de la luz de neón era casi insoportable y el olor era aún peor, seguíamos en fila india al encargado quien no dejaba de dar mordidas a su torta. Al revisar la tarjeta en el pie de un difunto voltea y nos dice: tal vez sea este al que buscan. Así como si nada ya estábamos frente a un difunto que podría ser Chucho nuestro querido amigo, el señor lo destapó, al ver aquel hombre hinchado casi deshumanizado por la descomposición volteamos la vista como un reflejo; el encargado nos vió con cara de “pinches maricones”, –No es él, vámonos ya– dije apresuradamente, salimos inmediatamente entre las mesas de cadáveres mientras a nuestras espaldas el encargado se terminaba la torta; subí a la camioneta, saque las llaves y Arturo me dijo: –¡Ya me entro la duda de si era él!–, No me salgas con eso ahorita, le dije enojado. No era él, tenia el bigote muy tupido; te digo que si era él, nomas que ya estaba hinchado replicó Arturo, no quería aceptarlo, pero podría tener razón y nuestro amigo podría estar tendido en esa plancha, de pronto recordé que se estaba dejando las patillas, era un detalle insignificante pero importante en ese momento –¿Tenía patillas? –, dudo por un instante Arturo pero respondió bastante seguro: –No, tenia la patilla corta–; Eso es todo lo que yo necesitaba escuchar, no era él, lo que quería decir que aún podíamos encontrarlo vivo, encendí el motor del carro y nos dirigimos hacia la casa de Roberto.
Eran las cinco y media, entrabamos a clases a las 8 y aún no dábamos con nuestro compañero, al estacionarme escucho la voz de Marco que gritaba a mis espaldas: –Estamos aquí–, al voltear veo al resto de mis amigos desayunando en el puesto de enfrente, un menudo con tortillas hechas a mano y una salsita bien picosa era lo que necesitaba en ese momento; – ¿Lo encontraron? – pregunto Arturo mientras yo ordenaba uno grande con todo y unas quesadillas de flor de calabaza, por que a pesar de todo no existe nada que me quite el hambre. Marco con una sonrisa en el rostro nos dijo que ya lo habían encontrado, que estaba en su casa dormido desde las 3 de la mañana, que escapo corriendo y al doblar la esquina se paro un taxi que lo llevo hasta su casa, nos contó como habían ido a varios hospitales sin tener éxito en encontrarlo y que después de haber hecho ese recorrido decidieron darle la notica a su madre, para su sorpresa que cuando tocaron a la puerta de su casa les abrió el que andaban buscando y les conto un tanto adormilado lo que pasó después de nuestra huida. Tranquilo y con un hambre de los mil demonios conté nuestra aventura y la visita al SEMEFO; desayunamos tranquilamente, una vez que termine mi bien merecido desayuno me levanté para prender el coche y dirigirme a la escuela, antes de irnos le dije a la doña: lo de esta mesa se lo cobra al chavo de la esquina se que llama Romeo y hoy le toco invitarnos a todos.